Esta es la primer Antología teatral de la Asociación de dramaturgos de Córdoba.

viernes, 1 de junio de 2007

VIEJOS HOSPITALES

Personajes
Una mujer, con su bebe
Un linyera

Indicaciones para una puesta en escena
Aún cuando no hay marcaciones técnicas en el texto, sí están señalados, en intervalos expresivos, los diferentes momentos en los que el personaje femenino habla con su hijo, recuerda, o imagina qué es lo que puede depararle su larga espera. De esta manera, estas mismas situaciones que fluctúan permanentemente entre la realidad, el pasado y el futuro de esta mujer, expresan, también, un diálogo.
Igualmente, la vida que comienza cada amanecer en una ciudad cualquiera, crece y acompaña a los personajes durante todo el transcurso de la obra.

La noche se va, un día de verano, en una plaza. Una plaza pobre, de árboles tristes, delante de un viejo hospital. En una esquina de la plaza hay tres bancos despintados. Sólo uno de ellos está ocupado: a todo lo largo, duerme un linyera. A su lado tiene un par de atados de ropa donde guarda todo cuanto le pertenece. De a ratos, agitado, pareciera que va a despertarse pero, no: continúa durmiendo, y vuelve a cubrirse son su manta de hojas de diario. La madrugada de anuncia cuando a lo lejos se escucha el canto de un gallo. Entonces llega una mujer. Una mujer que lleva un chico en brazos, bien envuleto, bien abrigado. Llega lentamente, está cansada: ha andado mucho para llegar hasta allí. Elige un banco y se sienta y descansa. Después busca entre sus ropas hasta que encuentra un trapo. Con él va a secar de tanto en tanto, la frente del chico. Con el canto del gallo también llega, imperceptiblemente, el canto de los pájaros. Y, a su vez y en voz baja, la mujer entona:
MUJER: “Duermase mi niño,
duermase mi sol,
duermase pedazo,
de mi corazón”.
duermase pedazo, de mi corazón.

Acá. Acá vamos a estar bien.
Ese hombre. Ahí. Parece dormido.
Y usted?. Así, bien abrigadito. Va a estar mejor. Con la ropa que le puse. Que no se me vaya a enfriar.
Vamos. Duérmase otro poco, que ya se va a poner mejor. Se va a poner sanito.
Y ya no va a llorar más. No va a hacer falta llorar más. Y nadie, nunca más, lo va a oír llorar porque se va a poner fuerte, porque el sueño le va a venir, solito, sin hacer ruido, va a venir nada más que para mi chiquito. Nada más que para él.
El sueño sabe traer cosas buenas a la cabeza cuando se es así, un chiquito.
El sueño que me le cuenta historias. Cuando se sueña, es como si a una le hablaran. Como si a una le dijeran como tendrían que ser todas las cosas. Eso está bien.
Así que, duérmase. Vamos.
Vamos.
Que soy la primera que llegué, ¿eh?. Que no va a haber ninguna antes que yo, ¿sabe?. Y, entonces, no habrá que esperar tanto: primero, me lo van a revisar.
El primer número para nosotros. No va a ser como las otras veces.
En los hospitales hay que andar con números:
“Ochenta y nueve. Pase!.
Noventa!”.
“-¿Y el número de historia clínica?”.
El número de hsitoria clínica.
“-¿En sala número siete, me dijo?”. Dónde quedará esa sala.
Así es que son los hospitales.

Ese hombre. Dormido, así. Qué.
A la vuelta, por allá, me pareció, cuando estaba llegando, que había otro. Dormido, medio dormido, igual. Se irán, después, y juntarse entre ellos, a contarse que soñaron, que alcanzaron a soñar. Y entre todos, cada uno pondrá lo que se acuerda, y armarán uno solo, que alcance para todos, menos triste, que sea. No, si yo también sé que los sueños la acompañan a una. Parece que le hablan y le vuelven a decir lo que le contaban, de chica, no sé.
Como para que una deje de pensar, de repetirse. Dejar de acordarse, y dormirse.

Por qué irán a hacer las plazas, delante de los hospitales. Para qué. Igual que esas plantas que crecen, adentro, en los patios. De dónde.
Para quién serán las flores, en los hospitales. Qué son. Los enfermos, buscan cerrar los ojos, dormir un rato. Olvidarse, también.
Flores en los canteros, esos. Las pondrán para que crean que se parecen a qué.
“-Miren por las ventanas, mirenlás”. Ah, ésas, ahí: qué tendrán. Qué enfermedad será esa que las hace crecer medias arrinconadas, contra la pared.

Medio abrigadito que te traje. Me van a atender primero. Vas a ver.
Deben faltar como dos horas para que empiecen a atender.
Dos horas y voy a ser la primera para sacar turno.
Ya conozco bien cómo funcionan los hospitales, yo. El que llega tarde se queda sin turno, y tiene que volverse. Si son diez turnos por día, son díez y nada más. Qué pensarán que hay después de esos diez enfermos:
“-Otra vez habrá que venirse más temprano”.
“-A ver, pase. Venga”.
“-Sí, doctor”.
“-No sé doctor. Empezó con que no me quería dormir”.

Ahora está bien tapadito. Mirenlé la carita.
Y cuando una menos se da cuenta, ah. Qué.
Y así, flaco, irá a ser. Crecerá. Manos grandes. Dedos largos.
Ah, conozco esas manos, yo.
Pero vas a ser más alto, vos. Más alto, sí. Y el pelo parecido al mío vas a sacar, ¿no es cierto?
El crío más lindo, vas a tener que ser. Si no es nomás tu madre que te lo dice, no. Pero quién tiene esos ojos, ¿eh?. Esos ojos. Que te miran, que siempre te están mirando, como buscándola a una.

Hasta qué edad es que no ven las criaturas. Es así como dicen.
Los chicos, cuando nacen, son ciegos. Después, de a poco, empiezan a ver. Primero, las formas: primero, la madre. Y la escuhan y dan vuelta la cabecita para donde ella está:
“-Mamá!, estás ahí entre todas esas sombras que no sé lo que son?!
¿Estás ahí?”.
“-Sí, hijito. Tu mamá está aquí.
Acá.
Te traje al hospital, ahora. Nos van a atender, primero. A nosotros, antes que a nadie”.

Y, en este momento, el linyera, simpre dormido, sufre un ataque convulsivo. Se queja. Grita alguna palabra incomprensible. Después se calma. Silencio:

Qué tendrá. Se habrá venido para acá, creyendo que aquí lo van a atender. Se habrá tirado a dormir, para esperar. Pero aquí no es donde tiene que ir para que lo curen. No sabrá dónde es que tienen que atenderlo, que se quedó ahí?
Llamaba a alguien, me parece. De donde vendrá. O dormirá siempre acá, en ese banco.
¿Qué edad tiene?, vaya a saber.

Ahora sí que ha dormido bien, ¿eh?: usted. Y abrigadito, también.
¿Así que cuántos meses, ya?. Tan rápido. A veces, tan rápido. A veces, no: A veces me parece como si no creciera nunca. Lo veo, así, igualito que cuando nació.

Se acordarán ellos de cuando nacen. De cómo nacen. Mejor que no, digo yo. Para qué.

Las hileras, en las sala. Grande, la sala. Las camas. Cuál es la que me darán. La sala helada.
Qué es lo que tienen puesto las mujeres acostadas, esas.
No. Que no se acuerde, mejor. Que no sepa.
No!. Que no sepa!

No, si los chiquitos deben ver, antes que nacen. Deben mirar qué es lo que hay adentro del vientre de la madre. Antes de nacer abrirán los ojos y buscarán. Por eso es que se mueve, así. Lindo, como se mueven. Lindo, es: mirarán lo que hay adentro. Las venas. La piel, adentro del vientre. Qué será el corazón, para ellos.

“...Toc-toc-toc-toc...toc...toc...toc...” Oyen eso y después se moverán para querer alcanzar ese ruido. ¿De dónde viene eso?

Un ruido, un golpe que viene atrás de otro; igual que cuando no se siente nada. Cuando una tiene que esperar para cualquier cosa, está eso mismo, siempre, que se repite.

El, que no quiso saber nada, hasta el último momento:
“-Para cuando esperás vos?”.
toc-toc...toc-toc...
“-Para cuando esperás, vos!?”.
Para cuando es que espero, yo?.

“-¡A ver, abrí las piernas: hay que ver en que posición está!”.
Allá, ésa que viene. Eh, ¿vendrá para acá?. Que venga, va a ser el segundo turno.
Después de mi.
No, va sola.
Dio la vuelta. Cruza.
Mujeres solas. De madrugada. Mujeres sin hijos enfermos.

Y la madre de ese hombre, ahí.
Y el hombre, ¿se acordará?.

“-Empezó que no quería dormir. Después la fiebre, sí. Era la fiebre. Tenía que ser eso lo que no lo dejaba dormir. Le quemaba la cabeza”.
“-Hace cuánto que le empezó con la fiebre”.

Me acuerdo, cuando me lo dieron, esas manitos. Esos puñitos.
“-Va a ser mejor que lo perdás”.
“-¿Perderlo?. ¿¡Perderlo!?”.
Esa carita, ah.
Después te llevé, me fui, esa mañana. Y él te vio.
Carlos.
Este hospital es más grande que la maternidad, parece.
La maternidad, más grande que esta plaza.
Antes, me gustaba salir. Que él me dijera que demos una vuelta. ¿-Te acordás que salíamos?.

Ya deberá estar por llegar el personal de la mañana:
“-¿Qué quiere?”.
“-Quiero el primer turno. A la que espera más le toca el primer turno”.
“-Pase, el primero”.
“-Soy yo”.
Ah, sigue dormidito. No se mueve, chiquitito. De cansado, que no se mueve.

Había que esperar, también. Para que a una le dieran la cama.
Había que seguir, por los pasillos. Delante de esas puertas medias amarillas se pasaba. Y las mujeres que miran, desde adentro:
“-¿Para cuándo esperará, ésa?.
En los pasillos hay un poco de sol de patio. Las salas son oscuras; no, medio oscuras. Se levantan, las otras, con los camisones blancos, ésos. Van para el baño, y esperan.
Si pueden.
“-¿En qué sala me internan a mí?”.
Esperar. Para todo. Lo que sea. Esté una donde esté. Y lo que hay que andar para venir a esperar.
No se aprende a esperar, se nace.
“¡Cierren esas puertas!”.
“-¡Que nadie pase por aquí!”.
“-¡Fuera, todo el mundo!”.

Ese hombre, ahí.

Dos semanas de pecho, es que le dí. Me salía muy aguada, era eso: leche de gata.
El tarro de leche, ese.
“-¿Cuántos kilos me va a dar?”.
Leche de mujer; no alcanza, no.
Qué será el olor de las plantas de los patios.
Las plantas encerradas.
Dónde es que dejan que salgan al patio los enfermos?. Para que tomen sol.
Como si fueran a encerrar los olores que andan por los pasillos.
Dos semanas de pecho. Poca leche que tuve, nomás. Tienen más, otras. Se mojan de tanta que tienen.
Pero el olor ése de las flores no quedan encerrados. Se quedan sin olor, porque se mezclan con los de adentro.

Se hará el dormido?. Se irá a despertar, en seguida?
No. No.
“-¿Abortar?. ¿Eso es lo que querés?. ¿Qué lo pierda?”.
“-¿Y con quién?. ¿Sola?. ¿Como se lo hizo la Estela, ésa?”.
No, así no va a ser. Yo lo voy a tener, a mi chiquito.

Sigue dormido.
Qué le va a decir el doctor que está así, dormido.
¿Y si me lo internan?. ¿Y si lo tengo que dejar, solito, para que me lo traten. Lo irán a poner en una cunita. Cuánto, será:
“-Lo van a ser quedar, doctor?”.
“-¿Cuándo me lo voy a poder llevar?”.

A lo lejos, se escucha la sirena de una fábrica:
La sirena. Qué hora irá a ser, ya. Una fábrica, debe ser.
Todavía, no. A las siete todavía es más claro. Pero ya no debe faltar tanto.

En las salas ésas siempre parece que es de noche. Los techos altos, oscuros. Qué se ve: nada. Las mujeres, nomás, que tienen los ojos fijos, ahí.
Cuántas camas habrá en cada una. Cuántas salas es que habrá.

¿Y si no es la sirena de las siete?. La sirena de más temprano es más larga, dura más.
Tendrá que llegar más lejos, antes de apagarse.

Vamos, mi chiquito. Ya lo va a ver el doctor. Habrá que ir despertándolo.
Nacen más de noche que de días, los bebés. Por qué será. En la maternidad, la noche está llena de gritos. Desde la sala, una no sabe bien qué grito es ése. Si es que es la madre. Si es el hijo. O sí, no, si se sabe bien.
“-¡Vamos!. ¡A aguantarse!”.
Aguantar.
Aguantar, qué.
“-¡Dejenmé verlo!.”
Por qué se lo llevan?!”.
Aguantar que se lo lleven.

Para quién serán las sirenas. Qué hora será.

“-¿Cuándo empezó la fiebre?”.
“-Una semana, doctor”.
“-¿Cuántas mamaderas le prepararás al día?”.
“-Y, doctor, depende...”
“-¿Cuántas medidas?”.
“-No sé... y, más o menos...”
“-¿Cuántas?!”.
“-Eh... de a dos cuharaditas... Para que me dure el tarro, para tener para darle y no se me acabe”.

Se conversa poco, en la maternidad.
Una, de noche, en lo oscuro, me preguntó si era el primero:
“-El primero, sí, es”.
-Ah, es la primera vez que venis”.
Otra, que nos había escuchado, se reía. De qué cama vendría esa risa:
“-Eh, ¿y vos, cuántos hijos es que pariste?”.

Se va despacio la noche. Como si no fuera a irse o fuera a esperar, también.
Ah, estará esperando a ese hombre, ahí.
Cuando llegue el invierno, con los días más cortos, la noche es como si se quedara dormida. Sin ganas, como el hombre ése, que no tendrá adónde ir.

Carlos. ¿Tenía, acaso, que ponerle tu nombre?. No. No se lo iba a poner. ¿Dónde es que te iban a dar trabajo?. ¿Cuándo es que dijiste éso?.
“¿Para quién hay trabajo?”
Para qué me vas a contestar. Qué. Salir de acá. Irnos. ¿A dónde?. ¿Cómo?
“-Un trabajo que sea fijo, digo. Uno que tengás todos los días. Para saber que mañana va a haber... “Qué es lo que va a hacer mañana.”

Tan dormidito que está. Ni se mueve. Cómo está de dormido, mi chiquito. Como si nada lo fuera a hacer despertar:
“-Sáquele la ropa”.
“-Sí, doctor”.
“-Desp ués de la fiebre tuvio vómitos, doctor”.
Póngase acá, apoyadito, así: va a escuchar mi corazón y se va a dormir. El latido del corazón que le quita la fiebre. La calor ésa que se le sale de la cabecita se le va, como un animal fiero que se va perdiendo entre el pasto y no lo ves más. O se esconde.
Pero ahora ya está mejor. ¿No?. Debe haber sido la fiebre, nomás.
Ni se mueve.
“-Siéntese ahí y espere. Ya la van a llamar”.
Cuánto habrá que esperar cuando una tiene el primer turno.
Nada, debe ser.
“-Traigo mi chiquito para que lo vean”.

La Estela. Toda chorreada.
Ir a meterse una aguja de tejer. Ir a esconderse, sola, para meterse la aguja. Para perderlo.
Y la sangre que no paraba.
Y después, qué: estaba casi de tres meses, yo creo.
Eso es un aborto.
Cómo será un chiquito a los tres meses?. Empezará a tener brazos y piernitas. Y ojos. Cómo será.
Después, sola fue y se lo saco. Y habrá ido y lo habrá enterrado. O, qué: lo habrá tirado, nomás, por detrás. Medio envuelto, en un trapo. El mismo trapo donde buscaría limpiar eso que se metía?

Son viejos, los hospitales. Más viejos que la enfermedad, deben ser. Por eso será que no necesiten quejarse. Esperan que los demás vayan. Que una vaya y pregunte:
“-¿Es aquí donde sacan el dolor?”
“-El dolor no existe, ¿me oye?. Los enfermos vienen aquí porque el dolor no existe”.
“-Vengan. Vengan todos. Que todos me muestren su enfermedad. Que todos me muestren eso que llevan adentro”.

Abrirán. Tendré que ir, ya. A qué hora empezarán a atender.
“-Cuándo comenzó con los vómitos?”.
“-Siguió con que no quería comer. Devolvía todo, doctor. Nada me quería comer”.

El techo de la sala. Oscurecido, negro. Una busca, ahí. ¿Estarán los ojos de mi hijo entre esas sombras?: Todas las mujeres quietas, en sus camas, miran arriba, buscan en lo oscuro del techo. Y le hablan:

“-¿Cómo será mi hijo?”.
“-¿Tu hijo?
Tu hijo será como todos. Mujer”.
Y el techo es largo, también. Sale de la sala donde estoy y se va a las otra, nunca cambia y, si por ahí se encuentra alguna luz, prendida y sola, sigue, como si fuera a escaparse.
Una lucecita, para que una le pregunte:
“-¿Cómo será?”
“-¿Cómo será, qué?”.
“-Nada, preguntaba, nomás”.
Nadie le lleva el apunte a una. Nadie le contesta, para qué. Hay suficiente silencio entre grito y grito.
Dan de comer, en el hospital. A todas nos dan de comer.
“-¿Quién será la próxima que vendrán a buscar?”.

Casi cuatro meses, ya. Cuatro meses. Qué poco creció. Irá a ser, cómo.
Las cuadras que son, hasta acá.
Cuando se camina la noche parece más clara, todavía.
Y ese hombre, habrá andado. Cuánto. Desde dónde.

¿Tiene frío, mi chiquito?
Con esta misma mantita lo traje de la maternidad, ¿se acuerda?
Una de las mujeres, lo iba a dar, al suyo.
El chiquito nacía y se lo llevaban. Sin que ella lo viera. Sin que ella lo conociera, se lo daban a otra.

“-¿Quién le cambió eso?”.
“-ya le dije, doctor: así duran más. Así duran hasta que me dan un tarro nuevo.
Pero me devuelve todo. No tragaba nada. La fiebre ésa que lo tiene molesto”.
“-¿Qué es lo que tiene mi chiquito, doctor?”.

Me voy a otro banco, mejor. No vaya a ser que... Qué. Es un enfermo, ése, también.

Las salas, esas, se acordarán. Tendrán recuerdos, así de grandes como lo son, los hospitales?:
“-¿Cuántas veces caíste por acá, vos?
“-¿Quién es el que pregunta?”.
“-Soy yo, el hospital: ése, el de las paredes que antes eran blancas”.

“-¿Qué número de historia clínica, doctor?”.
“-No. No me voy a olvidar”.
“-Aprendé como se hace. Cómo se le da: el agua tiene que hervir cinco minutos. Por cada mamadera, son tres cucharadas de éstas, bien llenas”.
“-El agua que se consigue, doctor. La que tenemos nosotros”.
No es agua, ésa. Qué es. Lo que corre, ahí, abajo, hasta que se estanca.
Un ómnibus que pasa: va a ser la mañana.
Se ha quedado quieto. No va a tener más vómitos, ya. Va a venir, el sueño.
Va a descansar.
Qué hago. Iré ahora. O será demasiado temprano.
Viene la mañana.
¿Tendrá hambre mi chiquito?
Cuando se despierte, ¿eh?. Ahora no, si se ha dormido.

“-Tiene que empezar a darle dos veces por día”.

Esa pielcita, toda arrugada, parece.
Como la de los viejos, mi niño.
Qué dormido que se ha quedado. A esta hora, que siempre le sabe venir el hambre.
-Qué pasa?. ¿Qué no tiene hambre, hoy?. Que tanto se ha dormido?. ¿Eh?.

“-Cincuenta gramos de carne. Bien cortadito, bien picado: que lo pueda tragar con facilidad”.

“-Lo que tiene este chico es...”
“-¿¡Qué!?”

“-Espere. Espere aquí. Ya le van a dar cama”.
Cuándo irá a nacer. Esperará la noche para nacer. O será el techo ése, alto, escondido de alto, que sabrá, desde allá, qué me va a decir.
El médico va, por algunas camas. Dos, tres enfermeras.
“-Puede llamar al doctor?. Creo que va a nacer!”.
“-No es tu turno, todavía!”.
Qué sabrán, ésos. Qué podrán saber. Saber lo que es un hijo.
Un hijo.
¿Y aquí, a qué hora se irán las enfermeras. Por qué puerta irán. ¿Por esa, la grande?
¿Por alguna otra, medio escondida?.

Una nueva y más violenta crisis convulsiva del linyera. Ahora, sin embargo, se escucha con toda claridad aquello que dice, entre sueños:

-¡No me toque!.
¡No!.
¡Déjenme!. ¡Sáquenlos!.
¡No!. ¡Dejenmé salir!.
¡¿Por qué?!

Entonces, agotado, se calma. Silencio:

-Qué tendrá.
De qué estará enfermo. Sueña. Qué Será lo que sueña.
Cuando una viene vieja qué es lo que se aparece en el sueño. Qué, acordarse es una cosa, pero se sueña eso que viene de donde una se ha querido ir olvidando. Ese hombre, ahí, no parece que sea de edad. A los cuantos años es que empieza a ser una, una vieja: cuando se empieza a estar sola, debe pasar. Cuando una habla, habla, y parece que los demás estuvieran ahí, al lado, pero al lado no hay nadie, y eso que contesta es nada más que una misma. Así es que debe ser.
Y éste, cuando empiece:-ma-ma
“-¿Qué?: ma-má?”.
Acá estoy. Acá estoy. Acá está su mamá que lo mira dormir.
-¿Quiere saber qué decía ese hombre?
No sé, hijo. No se entiende. Será que también anda con fiebre.
-”Pero él decía algo?”
-Sí, hijo. Sí. Pero debe ser que hablaba para que nadie lo escuche, ¿sabe?. O para que lo escuche alguien que está lejos de acá.

Quietito, está. Dormido y quieto.

Serán más de las siete. Habrá que ir.

Se fue sola, la Estela. Despacio, igual que se le fue ese hijito. Dónde irán los chiquitos abortados. Si todo lo que conocen es la sangre. La sangre que no corre más. La sangre detrás de los canteros. En la zanja. Entre los yuyos.
Un aborto, yo. Ah.
-Aunque sea, somos dos, ¿no?
De noche, las cigarras, repiten su nombre: “-Estela -Este-la...” la llaman. Pero su hijo no era una cigarra. Tenía que ser como vos, mi chiquito.
-¿Oye los pajaritos, mi hijo?. ¿Oye qué lindo que cantan, qué lindo que están, allá, entre los árboles, ésos?.
No se mueve. ¿Qué tiene?

“-Te sacás la ropa, te ponés el camisón. Esa es tu cama”.
“-¿Esa es toda la ropa que te trajiste?”.
“-Esta manta, va a ser para mi chiquito”.
“-¿Y si no hay más camas?”.
“-¿Cómo te creés que nacen los chicos, eh?”
Se quitan el guardapolvo, las enfermeras, cuando se van. Se van a su casa y duermen.

“-¿Qué tiene mi chiquito, doctor?”.
“-¿Qué le preparás, de comida?. ¿Qué le das de comer?.
“-Para qué es eso, doctor?.
Hay cuadros en los consultorios. Cuadros de flores, de paisajes. Crucifijos.
“-¿Cuándo va a empezar a estar mejor ?”.

Pronto va a llegar el otoño. Iré a conseguir trabajo. No está fácil. Y, ahora, con el chiquito.
“-Por cuanto necesita, señora”.
No quieren mujeres con chicos.

Viene la lluvia con el otoño. Ah, me va a traer trabajo, la lluvia.
Esa lluvia que no para, a la mañana, cuando hay que salir.
¿Por qué está así?: quieto.
¿Qué tiene?
¿El cansancio, es?. ¿El cansancio de haber caminado tanto hasta aquí?. Qué.

Esa mujer, me acuerdo: ¿qué edad tenía?
Estaba despierta, yo. No me podía dormir. Eran casi como las cuatro de la mañana. Casi las cuatro, cuando la trajeron.
Eran dos hombres, que la llevaban.
Estaba esposada, ella.
Y así la acostaron, también: vestida, y con las manos que no las podía mover.
Como si una mujer que va a tener un hijo pudiera irse, fuera, así, a escaparse a alguna parte.
Ninguna enfermera, había.
Los hombres, después, se fueron a un costado de la sala y fumaban y hablaban, de a ratos.
Y la mujer se empezó a quejar.
Se ve que para ellos, esa era la noche en que tenían que hacer-nacer el hijo.
“-¡Suéltenme!”.
La levantaron, entonces. Se la llevaron. Y cuando la sacaron, fue que dejó de quejarse.
Y ningún grito se oyó, después.
Y tampoco, nadie apareció.
Y fue el día siguiente que nació éste, mi chiquito. Eh, mi nenito:

Pero, ¿qué tiene?. ¿Qué pasa que está así?
Ya no se mueve.
Hace rato que no llora.

“-Después, le vinieron los vómitos. Lo que alcanzaba a tragar, lo devolvía. Un tecito, sin azúcar, solo, lo largaba todo. Y la fiebre no le bajaba. Ya va a hacer una semana, doctor”.
Pero se me va a poner mejor, ¿eh?. No va a hacer venir a su madre a buscar el primer turno, usted. Los dos, solitos, ahí, caminando mientras amanece, para venir hasta aquí.
Cuando sea grande, va a ayudar a su mamá, ¿no es cierto?. Y yo le voy a contar qué pasó esa mañana temprano cuando lo arropé para llevarlo a que lo revisen porque no andaba bien y nos hicimos caminando vaya a saber cuánto. ¿Quién lo sabe?. ¿El hospital, acaso?
No.
Pronto va a empezar con que tiene hambre, ¿no es cierto?. Pero hoy no hay nada, mi hijo. El remedio que le den cuando lo revisen, nomás.
Algún remedio que le den y lo cure, sí.
Vamos, dígame algo.
Por qué no se mueve.
Tiene hambre. ¿Eh, tiene hambre?. ¡No tiene que dormir así, tanto!.

Ahora el linyera se despierta. Se incorpora, lentamente. Busca sus bártulos y, con cuidado, hurga en ellos para ordenar, después, vaya a saber qué. Prepara sus pocas pertenencias para irse, y se demora un instante para doblar las hojas del diario que lo cubrían y meterlas en uno de los atados. Antes de alejarse, se detiene un instante delante de la mujer y con dificultad, le dice:

-El nenito.
Los bebitos.
Las criaturas.

Silencio. Se marcha, ya:

-Un niñito, señora. Niñito.
Pero la mujer no le responde:
-Adonde irá. Vendrá cada noche a acostarse ahí, a buscar dormirse, a buscar algún sueño que perdió. Vaya a saber.
Habrá que ir, ya.
“-Qué quiere, tan temprano?. Todavía no se atiende a nadie!”.
“-¿¡A quién van a atender primero?: mi hijo está enfermo!”.
“-Acá, todos están enfermos.
Toda esa hilera que está ahí es de enfermos.
Acá no hay más enfermos que otros: hay una fila!”.

Siente mi corazón, usted?. ¿Siente como late y lo acuna y lo duerme?
¿¡Lo siente!?.

Late más fuerte al nacer. Más rápido. Más apurado. Para alcanzar ese latido suyo, pedacito del mío.
“-¡Ah, te quejás, ahora, eh?!
¡¿Duele, eh?!
¡Pero bien que te gustó acostarte con el que te lo hizo, ¿eh?. Todas, lo mismo: ahora se quejan, pero bien que les gustó que el tipo las moviera, que les abriera las piernas y se les metiera, eh!

Cuando vea la primera enfermera que llega voy y me meto.

El otoño. La lluvia que se queda, que no se va.

“Sí, los vómitos. No tragaba nada”.
“-Después de los cuatro meses le das puré de papas con zanahorias, con carne”.
“-Sí, doctor”.
Puré, para mi chiquito. Qué, de qué?. De papas sólo, habrá de ser. Un poco de zapallo. ¿Fruta?
“-Primero, al mediodía. Hasta que tenga seis meses”.
Y, más adelante: sopa de fideos. Los fideos son buenos. Caldito con un poco de fideos, para mi chiquito.
“-Pero se me va de vientre, doctor. A cada rato. Le pongo el pañal, y de nuevo.
Después, siguió haciéndome líquido”.
“-¿De qué color?.
“-De un color verde, doctor. ¿Olor?; feo, doctor. Olor a podrido”.
“-¿Hay sangre, en la caca?”.

Un trabajo, aunque sea lejos, qué se va a hacer. Aunque tenga que pasar delante de acá, para ir. Más temprano, todavía. Pasar por acá, delante de esos portones y seguir, porque ya no hay que esperar más.
Aunque venga la lluvia y tenga que salir, entre los charcos.
No. No me va a importar.
Mi chiquito:
“-Está dormido, doctor.
Dormido, ¿comprende?
No lo despierte, ¿sabe?

Sí, no se mueve.
No se mueve porque cuando sueña, se está bien quieto.
Así como está él.
Y tendrá sus cosas que pensar. Cuando se sueña no hay nada que esperar, ¿no es cierto?.
Schh... no hagan ruido. ¡¿Por qué no se callarán esos pájaros?!. ¡¿Por qué no se irán de una vez?!.
Nos vamos a levantar, ya. Vamos a buscar turno, ahora. Está llegando la mañana.
La mañana, y los portones, ésos, abiertos siempre.

La mujer se levanta, arropa a su hijo inmóvil, y después se va. Ha dejado el trapo con el que secaba la frente de la criatura en el mismo banco. Canta, muy lentamente:
“...duermase mi niño,
duermase mi sol...”
pero ya no se escucha el final de la canción.
La plaza ha quedado desierta, invadida por el canto de los pájaros.
Despacio, con sus bultos, regresa el linyera. Se detiene frente al banco donde hace un momento estaba la mujer. Toma el trapo que ella ha dejado y lo examina detenidamente. Después, abre uno de sus atados y busca en él hasta dar con un envoltorio que también desenvuelve. Dentro de él, y atados entre sí, hay otros trapos de distintos tamaños, colores y formas. Sujeta por un extremo el que acaba de encontrar y hace con todos ellos, un lento dibujo en el aire. Luego con la misma precaución, guarda el envoltorio y cierra el paquete para meterlo, con cuidado, entre sus bártulos.
Finalmente, levanta todas sus pertenencias y se va.

FIN
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ANTOLOGIA TEATRAL

ESTA ¨ANTOLOGIA TEATRAL¨ QUE TIENE COMO FIN MOSTRAR Y DIFUNDIR LOS TEXTOS INEDITOS, O YA EDITADOS DE LOS AUTORES QUE FORMAN PARTE DE LA ASOCIACION DE DRAMATURGOS DE CORDOBA.